Aterciopelado como un visón reputado y deseado por los inquilinos del desesquinado esferismo planetario terrícola, se hallaba a la fresca lunera un simpático bichejo con ciertos tintes de intelectualidad lejana.
Sobre un leve escarpado cincelado por la vejez del paisaje, el piojo selenita frotaba sus dos alámbricas patas traseras, de las cuales surgía un melodioso sonido a semejanza de un Stradivarius falsificado. Aquellas notas -que le transportaban a un estado de profunda y tierna melancolía soñorística-, iban acompasadas con un vaivén de su cabecita, sobre la que dos redondos y saltones ojos a medio abrir, expresaban el sentimiento tierno y delicado de sus continuas meditaciones.
Todas las claras noches de Tierra llena eran acompasadas por la diminuta figura y su alargada sombra que casi parecía rodear la superficial curvatura del satélite, proyectándose interminable desde sus dos antenitas hasta la zona de la cara oculta. Algunos puntitos de luces tenues, más abajo, se dejaban captar en aquel estratégico observatorio; surgiendo de los caseros hogares monticulianos unos agujeritos ventanados hechos con la fina arenisca de miles de transeúntes galácticos, que a toda velocidad impactaban como tuneladoras cósmicas.
El piojo, que se llamaba “Louis” soñaba con poder visitar algún día el magnífico y lejano lugar lleno de multicolores adornos lumínicos. Siempre se preguntaba cómo serían los piojos de aquel esférico cuerpo y si estarían dotados de inteligencia al igual que él. ¿Vivirán en paz? ¿vendrian algún día a conocerles?. Pero sus estrafalarios y buenos pensamientos siempre se cruzaban con el mismo inconveniente: tendrían que dar un salto demasiado grande para dicho evento. Él mismo lo intentó en varias ocasiones y a lo más que llegó fue a alcanzar una altura de insignificante interés. Desmoralizado por ello, se sumía en profundas y melancólicas meditaciones que deseaba transmitir vía mentalista a aquellos otros supuestos piojos terrícolas, sin recibir una respuesta que le animase a tener la mínima esperanza.
Hasta que en una de aquellas noches estrelladas, “Louis” ve cómo una refulgente luz procedente del espacio desciende cerca de su lugar predilecto. Asombrado y con los ojos más grandes y abiertos que nunca, asiste al espectacular acontecimiento. Junto a su incrédula mirada y un temblequero estremecimiento, que le obliga a aferrarse con todas sus patas a un minúsculo granito de arena, un profundo sentimiento de felicidad le embargaba emocionálmente.
¿Serían piojos terrícolas que han podido saltar hasta aquí?. Pero enseguida cayó en la cuenta que lo que se había posado sobre la superficie de su querida Luna era de unas dimensiones colosales en proporción a su propio tamaño. ¿Serían los piojos terrícolas enormemente grandes? ¿y si no eran piojos como él?.
“Louis” estaba ahora algo menos entusiasmado con la idea que tanto ansiaba. Retrocedió instintivamente y quedó agazapado detrás de una micro-piedrecilla porosa, sobre las que aposentó sus dos apagadas bolitas oculares que instantes antes habían sido dos platos enormes que miraban sorprendidos. Desde allí vió cómo unos extraños y descomunales seres asomaban por la compuerta del artilugio que permanecía estático como un pino. Por una escalinata desplegada fueron bajando, uno tras otro, tres seres que comenzaron a dar saltos como locos. Eran auténticos gigantes; enormes en comparación al tamaño de "Louis". Iban cubiertos por un camuflaje plateado y de muchos tubos que entraban y salían de sus cuerpos.
Pensó entonces en comunicarse con ellos pero enseguida comprendió que aunque gritase con todas sus fuerzas, no le oirían. Además, el riesgo de ser aplastado cabía dentro de lo posible. No, definitivamente aquel encuentro no parecía ser el más adecuado para un contacto entre dos mundos.
“Louis” comenzó a sentirse nuevamente melancólico por tal motivo. Hasta que al cabo de un tiempo que pudieron ser minutos u horas, según lo relativo del tiempo, sucedió lo inesperado. Cientos de piojos, tal vez miles, habían descendido también de aquel artefacto extralunático. Todos llevaban mochilas, bolsitas con enseres personales y un montón de piojitos adolescentes y muchos ya mayorcetes. El resto parecian ser el grueso de fornidos organizadores del colectivo de piojos expedicionarios.
“Louis” salió de su estupor y sin pensarlo dos veces saltó y saltó como nunca lo había hecho hasta entonces. Llegó hasta ellos en menos que canta un selegallito y se presentó como un anfitrión sumamente expeditivo y atento. El grupo de piojos terrícolas le comenzó a contar -tras el saludo de bienvenida- una historia muy dramática: estaban siendo exterminados sin piedad por los sistemas antiparasitarios que portaban todos los animales domésticos,y esto no les permitia vivir con una leve esperanza de supervivencia.
Cuando se enteraron de que los homínidos inteligentes preparaban una expedición al satélite, se creó una comisión piojística mundial para seleccionar a una colonia lo suficientemente amplia que pudiera establecerse allá arriba en busca de una nueva Tierra que les diera la oportunidad de sobrevivir.
Le dieron todos los detalles acerca de cómo idearon con sus propias frecuencias mentales un recipiente hermético en el que se acomodarían los elegidos y de cómo quedaron anclados a la parte externa de la nave; entre las juntas y los ensambles más flexibles del fuselaje.
El viaje entrañó sus riesgos pero el resultado era el que en ese momento estaba a la vista. “Louis” utilizó los sensores transmisores de las antenitas para enviar un mensaje de solidaridad a sus congéneres y estos acudieron de inmediato en ayuda de los recien llegados. Todos ellos fueron, en principio, ubicados en hogares selenitas y tanto líderes, como artesanos y versados intelectos piojísticos, comenzaron de inmediato a confeccionar un plan de ampliación y adaptación social para los hermanos del espacio.
Mientras tanto, los homínidos inteligentes que se encontraban realizando trabajos de localización de vida extraterrestre sobre el lugar, enfrascados en sus indumentarias espaciales, enviaban una interminable cantidad de imágenes del inóspito y desierto paraje a los expertos de la N.A.T.A ( national aliens tecnics airspace ). Una vez concluida la misión, recogieron el carísimo material de investigación y emprendieron el regreso a casa sin la más mínima evidencia de vida inteligente.
“Louis”, que era muy listo, ya nunca más estuvo melancólico y se dedicó durante el resto de sus días a escuchar historias y escribir sobre aquel mundo tan despiojado, con la certeza de que algún día podrían construir un sofisticado sistema que les permitiera visitar ese lejano lugar y otros muchos.
La única diferencia que existía fisiológicamente entre unos y otros es que unos eran redonditos y claros y los otros alargados y oscuritos. En el resto de características, como si hubieran sido clonados; aunque ya comenzaban a surgir piojitos mezcla de ambos grupos. “Louis” era alargado...
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