El niño plumilla

Hojas de caduca existencia, adormecidas sobre la virutilla arenosa que se amontonaba en el duro sendero de los caminantes, al resoplido del torbellino ascendente que se producía al galope del chaval, que se movía virulento y saltón, se arremolinaban en piruetas de aceleradas espirales que tras varios e impetuosos movimientos acababan nuevamente por posarse, entre saltitos, sobre la linde de aquella hilera de árboles semidesnudos.


Aquel flacucho chaval corría que se las pelaba. Con los brazos remangados hasta los codos, con una blusilla desabotonada que le bailoteaba como un peregrino al final de su etapa , aspeándolos en un zig-zag mecánico que le impulsaba al compás de sus dos potentes remos que batía a la velocidad de una batidora casera; hacía que apenas se le distinguiesen las piernuchas por lo vertiginoso que rotaban. Y no era para menos, ya que un pincel o plumilla que le surgía de su columna vertebral, como la cola de una lagartija, iba trazando nerviosamente un entramado de signos y letras, a primera vista irreconocibles en el duro sedimento por el que galopaba.- Si te pillo te sacudiré, si te pillo te atizaré, si te alcanzo te acordarás de mí.- Eso iba escribiendo aquella cartilaginosa plumilla sin descanso desde que el pobre chaval nació. Pero yo me pregunto de qué modo pudo darse cuenta el estrafalario mocoso de lo que el rabo escribiente iba escribiendo a sus espaldas.


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