Un robot en el metro

¿Os imaginais cómo será la primera vez que entre un robot en las tripas de un metro?
Primero sorteará una nube de medios de comunicación y a la jauría humana del exterior. Bajará las escaleras y se abrirá paso por pasillos haciendo lo imposible por no impactar contra los que le llegan de frente y los laterales; hasta dar con las máquinas y barras de acceso.
Antes de eso, irá observando los indicadores informativos que diferencian los distintos colores de las lineas a utilizar, siguiendo más pasillos, subiendo y bajando nuevas escaleras, releyendo y repreguntándose con voz metálica la dirección a seguir.
Si todo va bien y no se confunde de andén, mirará al reloj digital que marca el tiempo de espera, mientras el cansancio o sobrecarga de sus circuitos puede que le hagan desear sentarse hasta la llegada del metalúrgico y articulado transporte.
Si tiene la suerte de no saber pensar en exceso, se dedicará a contemplar el tinglado general desde sus asombrados y expentantes sensores ópticos.
Esto le ayudará a dar un paso adelante en su evolución como especie cuando a sus sistemas de neuronas sintéticas le lleguen -de no se sabe dónde- unos pocos ¿porqués?.La multitud se arremolinará a su alrededor tocándolo y haciéndole preguntas como: ¿de donde tás capao quillo? ó ¿ colega,eres tío o tía?.
Supondremos que un nutrido grupo de escoltas privados y de un par de ingenieros de guardia lo seguirán a corta distancia sin entrar demasiado en el meollo de la cuestión, anotando las incidencias y dejando que la cosa fluya con naturalidad...
Llegará el metro con su resoplido chirrioso, se abrirán sus puertas y se producirá el trasiego de pasajeros en una avalancha compulsiva. De nuevo en marcha, el robótico personaje se contagiará del barullo repetido mientras salen y entran nuevos humanos.
Gran triunfo para la ciencia, el prototipo lo está haciendo todo perfectamente bien, pero el metro, nuestro metro, es la prueba final y definitiva. Cualquier robot que desee ser válido en nuestra sociedad y quiera codearse con nuestros hábitos, ha de saber manejarse bajo estrictas circunstancias; tan cotidianas como el mantenerse firme de pié sin que se precipite sobre nadie. Ahí el amigo robot se la puede jugar.
Se cierran todas las puertas del transporte y ya en marcha, nuestra arma letal comenzará a darle mucha caña en las curvas de izquierda a derecha. Así que los cálculos de su electro-cerebro deberán ser ultra-rápidos y variables a cada instante.
De pié, con inercia motriz, centrípeta, centrífuga, expansiva, acelerada, gravitatoria, ajena, curvante y sorpresiva como una frenada improvisada, el portentoso tesoro de la tecnología ingeniérica irá a parar de cabeza contra algún grupo de "pantalones bajaos".
Los cogotazos y empujones le caerán regalados. Algunas de sus delicadas piezas externas acabarán por desaparecer y otras arrancadas de cuajo por no se sabe qué manos, y desde una supuesta caida al suelo, solicitará muy finamente ayuda:
-Por favor señores, ayúdenme, estoy en apuros; mientras un inoxidable y pulido muelle surgirá de la parte donde se supone que hubo un acamarado ojo de última generación.
La gente saldrá partiéndose el culo e imitando los desajustados movimientos del inocente ingenio. Ambos ingenieros comenzarán a dar órdenes a los escoltas para que no entre nadie en la zona.
Los curiosos se agolparán a corta distancia para contemplar cómo levantan y sientan lo que ha quedado de la presunta dignidad de un ser al que querían convertir en uno de nosotros...
Con el paso del tiempo se sabrá que los americanos acabaron comprando la patente de nuestro metro con todos los acceso, pasillos, escaleras e incluso contratando a variados grupos urbanitas para probar la resistencia de futuros robots.
Allá en América, los ingenieros se seguirán preguntando si tal vez lo que tendrían que haber modificado es al conjunto social con su sistema métrico, y no al pobre robot.

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