Convulsa paranoia.

Trémulos compases de adrenalina cabalgan ráudos a través de los pensamientos, congestionados por la extrema aceleración de la enorme mole. Un vértigo de resoplidos nocturnos acometen sin compasión a mis repámpanos auditivos, los cuales son incapaces de decodificar el cúmulo de chirridos bramantes y agresivos. La abertura cristaloide por el que asoma la insigne computadora mental de mi consciente, cede convencida, tras lo cual, una élite informante de órdenes coactivas hace que me repliegue hacia el interior del habitáculo en movimiento.
A partir de ahí, continué el trayecto sentado, leyendo algo de fantasía galáctica mientras era trasladado por el paralelismo sempiterno de la dura línea viaria inacabable.

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