El Papa vanidoso

Resplandecía en su mano la piedra preciosa que engalanaba la sortija alrededor del poderoso índice; como sello divino. La caperuza mitral a modo de corona sobre la escueta y albina cabellera, parecía elevar las plegarias hasta el diós Omni. Y la blancura de su ropaje tan pulcramente tratado, simulaba un envoltoreo áureo extra-humano.
La mirada del dignatario celestial era altiva, inquisidora, refulgente y reojística. En el aposento papal se preparaba la ceremonia que en unos minutos se llevaría acabo ante la multitud, que aguardaba bajo un inconmensurable techo abovedado del templo vaticanista. Su excelentísima santidad rascose sus partes y hurgose con sus afiladas y bien cuidadas uñas en unas bolindres de mucosidad, pertrechadas en los orificios nasales; mientras se continuaba mirando al espejo, que le ofrecía la imagen cegadora de un pastor indubitativo.
Apretó los músculos estomacales cuanto pudo y sin dificultad expelió el sobrante gaseoso de una digestión mal realizada. Abrió la ventanita que tenía a su lado y sin dejar de contemplarse, abaniqueó con su mano al espíritu maloliente; al cual invitó a desalojar aquel íntimo recinto.
A continuación se centró en el mensaje que ofrecería a la masa creyente que lo recibiría como a una bendición consoladora. -Queridísimos hermanos...-muy repetido, -que Dios sea en vuestros espíritus...-no. Mejor comenzar con un -benditos todos...tampoco. Esto no tiene aires de lo que quiero infundirles, y tal como están las cosas, no creo que sea suficiente. -Estimados hermanos en la aflicción de los últimos tiempos... - Esto puede que ayude a introducir el siguiente párrafo. -Veamos, tal tal tal, hoy es un dia especial, un dia en el que nuestro señor... -Quedará bien. -Y la parrafada siguiente que me ha escrito el fraile la suelto con gesto dulzón y beneplácito; -que luego digan las noticias que el Papa andubo en su linea tradicional pero con un nuevo carisma de esperanza que colma a todos los estratos sociales allí congregados bajo la misma tribulación.
Su santidad se sintió regocijado interiormente y eso le cinceló una sonrisera mueca de la que no pudo evadirse por un buen rato.
Se lanzó una última mirada de conformidad en el espejo antes de enfilar el pasillo que le aguardaba paciente, que se tradujo en un pensamiento vanidoso: me aguardan como último representante divino en la Tierra.
Así fué que llegó al altar con majestuosidad y soberana humildad, comprobando el abarroteo presente. Era más que una congregación de fieles. Allí se agolpaban gente mal vestida, con caras que denotaban a la vez, desesperanza, miedo y desdicha. Ni rastro de la clase elevada que antaño ocupó los primeros lugares en cada ceremonial importante. Todos eran del mismo estrato misérrimo. Aquella estirpe de ilustrísimos personajes, se desvaneció en una tormenta financiera que inundó de lodo altruista la ciénaga del mundo.
El Papa vanidoso les ofreció su mejor pose presbiteriana cuando elevó los brazos al cielo, en plan invocación, y comenzó diciendo: -Estimados amigos en la afliccíón de los últimos tiempos...Ahí se paró. El izado de brazos junto a otro necesario esfuerzo de voz, le produjo una abertura momentanea en el esfinter anal, del que brotó raudo un suculento amasijo fecal que recorrió vertiginoso sus decrépitas pantorrillas.
La cara del pobre hombre transmutó al instante y la de aquellos que le rodeaban -entiéndase por comitiva papal. Los que se hallaban situados en las primicias más cercanas a su santidad dejaron paso a los de detrás, huyendo de la descomposición orgánica. Mientras, su séquito le cogío practicamente en volandas para retirarlo, haciendo acopio de fortaleza contra las convulsiones vomitivas que provocaba el hedor corporeo del santo padre.
-Dejadme que acabe ¡por dios!, imploraba. Se negaron en redondo con todo el merecimiento del uso que se hace de la razón en tales circunstancias. Le confortaron fehacientemente mientras le arrastraban de nuevo a su aposento, con la certeza de que uno de los más destacados aspirantes al trono de Pedro se haría responsable de transmitir la homilía que tanto le costó confeccionar. Él, mientras tanto, sintió el más frio abandono por parte de su Altísimo, que de tan alto, puede que ni lo viese; pero ya se recompondría. Estaba hecho a prueba contra toda adversidad y la fe le protegía como una barita mágica que todo o casi todo lo ajusta a los designios de su Señor.
Ya al otro lado, un joven prelado excusaba delante de la marabunta desaliñada a su superior, aduciendo un desvanecimiento propio de una edad avanzada. Tras lo cual comenzo a leer lo que el santo padre llevaba escrito para la ocasión: -Estimados amigos en la aflicción de los últimos tiempos...

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